El 21 de mayo llegó y pasó, y en su estela dejó una interminable retahíla de sarcasmos que emití al constatar que ni el mundo se había acabado, ni millones habían sido elevados al cielo por la mano invisible de la que hablaba el charlatán Harold Camping, quien afirmaba que esa fecha sería el inicio del “Rapture” una especie de orgasmo celestial para buenas personas en la que muchos serían los llamados, pero los elegidos tendrían que tener la aprobación del propio Camping, especie de botones, chalán, o handyman de una deidad tan mediocre que se atiene a fechas del calendario.
Pero del sarcasmo he de pasar al cinismo, y quizás al disgusto, porque en la bobería incoherente de Camping se oculta quizás un pragmatismo muy calvinista. La publicidad que generó Camping para sí mismo, y para su red de 66 estaciones de radio distribuidas por toda la Unión Americana hizo que otro grupo religioso, llamado A Bible Answer, le ofreciera un millón de dólares para comprar la cadena. Las profecías catastrofistas, ya lo sabían San Pablo y San Juan desde el siglo I de nuestra era, son excelentes piezas de marketing.
No hay, sin embargo, profecías del fin del mundo que no arrastren huellas sangrientas. Nastia Zachinova, una jovencita de 14 años en Rusia Central se ahorcó aterrorizada por las predicciones de Camping. La respuesta del predicador Camping revela su tremenda calidad humana, su sólida formación cristiana y su profunda sapiencia bíblica: “No tengo ninguna responsabilidad. No puedo asumir responsabilidad por la vida de nadie. Sólo estoy tratando de enseñar la Biblia”.
La miopía de Camping le impide ver que el mundo se acaba y se renueva cada segundo, cada momento, que el Rapture está en la plenitud de cada átomo que se genera y se desintegra y se transforma. No lo entiende porque pierde su tiempo en un ejercicio senil de causa y efecto, de determinismos morales en los que, sin embargo, no cabe la compasión para las víctimas de sus propias y estúpidas profecías.
No necesito de las profecías de Camping para entender que en Lorca, en la provincia española de Murcia, el 11 de mayo se acabó un poco el mundo cuando el pueblo se sacudió bajo los efectos de un sismo que cobró varias vidas y dejó incontables edificios dañados. Si usted no ha estado nunca en Lorca, le diré que vale mucho la pena ir. Yo tengo ahí amigos queridísimos que me han abierto sus puertas y me han compartido de sus fiestas primaverales, tan alegres como solemnes, con esa profundidad de la alegría ante la vida de las tierras y los pueblos del Mediterráneo. Y precisamente porque los lorquinos entienden la fragilidad de la vida, ese 11 de mayo que fue fin del mundo, también fue inicio, renacimiento, resurgimiento, reconstrucción.
No necesito de las profecías de Camping para entender que el fin llegó violento, implacable, a Joplin, Missouri, en la forma de un tornado que destruyó el pueblo y dejó un saldo de 125 muertos. Nunca he estado en Joplin, su nombre me suena a jazz, a ragtime, a trenes que cruzan praderas interminables, y a Judy Garland volando dentro de un tornado a la Tierra de Oz. Pero el tornado que arrasó Joplin no tenía nada de cinematográfico, era un monstruo de ocho kilómetros de radio con vientos de 320 kilómetros por hora, que levantó a decenas de pobladores, a vehículos y edificios como si fueran palillos y los depositó, rotos, desechos, finalizados, en una zona convertida en punto cero de algo parecido a una explosión nuclear. No necesito de profecías para sospechar que todos somos un poco culpables de la desacostumbrada racha de tornados que ha cimbrado al centro de los Estados Unidos –mil 200 en lo que va del año, con más de 500 muertos- porque el calentamiento global está alterando severamente los patrones habituales de temperaturas y precipitación. Seguramente Camping aconsejaría que no perdamos el tiempo en responsabilizarnos por la destrucción de nuestro propio mundo, porque hay que invertir lo que nos queda de vida en leer la Biblia para corroborar la cortedad de nuestras ideas.
En Joplin, sin embargo, como antes en Tuscaloosa (Alabama), y en Lorca, el fin genera el principio, el ciclo se renueva, la perdurabilidad de la condición humana triunfa sobre las violentas manifestaciones de la naturaleza.
No necesito de las profecías de Camping, tampoco, para entender que Arnold Schwarzenegger y Dominique Strauss-Kahn han descendido a su propio infierno, construido con sus propias manos (o quizás con otra parte del cuerpo); que el mundo se les ha acabado, pero no por calientes, sino por imbéciles. Que sus prominentes carreras políticas volaron por los aires, detonadas por su arrogancia. El “Seductor” Strauss-Kahn y Arnold el “Terminator” son ahora hombrecillos miserables, Gólems anodinos y caducos, espectáculos de feria de freaks.
No necesito de las profecías de Camping para entender el absurdo horror de los feminicidios: en tanto seguimos sin saber quiénes son los responsables de las muertes de cientos de mujeres en Ciudad Juárez, recientemente han salido a la luz pública informes que hablan de otros cientos de mujeres, muertas a manos anónimas, en Centroamérica. En Guatemala, varias de ellas han sido victimadas por los Zetas, el ultraviolento cártel de narcotraficantes de México. ¿Acaso las profecías de Camping nos dan herramientas para entender que el narcotráfico es global, que el verdadero mundo sin fronteras es el del crimen organizado?
Mi elegía del fin del mundo concluye con una nota personal: ayer se nos fue Leonora Carrington, la gran pintora inglesa nacida en Lancashire en plena Primera Guerra Mundial, y quien desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial residió en México para no irse más. El mundo físico se le terminó el 25 de mayo, víctima de neumonía. Como en la canción de Mecano sobre Salvador Dalí, yo quisiera que sus átomos reencarnasen en lápiz o en pincel, para que me siga fascinando con sus sueños, sus evocaciones, sus criaturas imposibles, su delirante luz. Y aquí de nuevo constato la inutilidad de Harold Camping y de todo apocalíptico: el Rapture no está en una mano invisible y discriminadora que levanta y se lleva a unos cuantos elegidos; el Rapture, la pasión de la vida, está en asomarse a un cuadro de Leonora Carrington y reconocer en sus rostros e historias la temática de nuestra propia existencia.
Les dejo este video sobre la obra inmortal de Carrington.
Comentarios
Aún no hay comentarios.