Confieso que llegué tarde al universo Internet/ciberespacio/digital. Como muchos de mi generación, los nacidos en los primeros años de la década de los 60, pasé mi infancia, adolescencia y primeros años de mi juventud con poco o ningún contacto con las computadoras. Mis suegros tuvieron una cuenta de email antes inclusive que yo. Tuve mi primer celular en 1996, mi primera laptop ya en el siglo XXI, y sólo bajo fuerte presión social y profesional entre a Facebook, Twitter, I-Tunes y cosas por el estilo.
Confieso, también, que mi día, ahora, podría circunscribirse a un pequeño cubículo en el que hago malabarismos con mi laptop, mi blackberry, mi I Phone, mi I Pad, y en donde salto de checar mi email, a actualizar mi estatus en Facebook, tuitear ideas o retuitear enlaces interesantes, descargar alguna aplicación que me llame la atención, agregar cosas a mi rotación de música en I Tunes o en Spotify, recoger ideas en Evernote y, en las pausas, tratar de seguir subiendo de nivel en Angrybirds.
Sin embargo, no he dejado de hacer cosas que hacía antes: llamar por teléfono a mis amigos (algunos aún tienen línea estacionaria ¡en sus casas!), leer una revista impresa, verificar un dato en un diccionario o enciclopedia (y no en Wikipedia), hacer una operación matemática mentalmente o por escrito. Los viejos hábitos no mueren fácilmente.
Ayer me uní al “apagón” del Internet convocado por grupos como Wikipedia y Google, para protestar contra los proyectos de ley PIPA y SOPA con que la industria del entretenimiento en Estados Unidos pretender combatir a la piratería electrónica. La iniciativa SOPA prohibiría el enlace a través de buscadores con sitios que fomentan o difunden copias piratas, y criminalizaría el “streaming” de contenidos pirata. La PIPA, daría al gobierno federal y a los poseedores de copyright instrumentos adicionales para intervenir, prohibiendo el acceso a sitios que difunden contenidos pirata. Para más información sobre PIPA y SOPA, sigan los enlaces correspondientes.
Este es un tema muy complejo. La piratería es un problema real, con un costo, tan solo en Estados Unidos, de 5 mil 500 millones de dólares al año. Como real es la preocupación de que tratar de limitarla atacando directamente al uso del Internet constituiría una seria y preocupante violación de garantías individuales de libertad de expresión y libertad de comercio.
El asunto no es solo político o ideológico. Hay mucho dinero de por medio. Recordemos que la industria farmacéutica, cuyo comercio depende del registro de marcas y el cual es severamente afectado por la piratería, es uno de los lobbies más poderosos del mundo, tanto como el lobby de las industrias cinematográfica y musical.
Es Hollywood contra Silicon Valley, y el marcador está empatado aunque el blackout ha logrado que, a la fecha, 23 senadores retiren su apoyo a las iniciativas de ley.
El Internet, y el comercio digital, nos han dado libertades como consumidores y creadores que hace 20 o 25 años eran impensables. La libertad de que gozan individuos o grupos al acceder a la red de redes debe ser protegida. Pero la piratería, que afecta a esa misma libertad, debe ser detectada y castigada.
Ninguna de las dos iniciativas de leyes es efectiva, creo yo. El diario New York Times reunió a una serie de expertos a discutir el tema y surgieron algunas propuestas interesantes para combatir la piratería. Ninguna atenta contra el uso de Internet.
Queda decir que no son precisamente los lobbies los mejores apóstoles o abanderados de la libertad, la transparencia y la innovación. Los congresistas, tampoco. Y este Congreso, donde imperan la ideología, la ineficiencia, la mendacidad y el divisionismo, menos. Sería un grave, gravísimo error poner en manos del actual Congreso, el futuro del acceso a Internet.
Entretanto, el mundo digital sigue creciendo, como un universo en constante expansión. Hoy me entero que Apple ha sacado dos nuevas aplicaciones al mercado: iBooks2, que permitirá a escuelas y profesores acceder a libros de texto digitales a precios muy razonables, o que inclusive facilitará a los profesores a crear sus propios libros; y iBooks Author, que a través del uso de computadoras Mac permite a autores generar sus propios libros y controlar cada etapa del proceso de edición y publicación.
La tecnología – la odiada, temida, cuestionada tecnología – devuelve a sus creadores el control del proceso creativo.
No me extraña que ciertos poderes tengan miedo.
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