A esta elección presidencial en Estados Unidos le falta un tercer candidato: alguien que desestabilice, que inyecte sorpresa y emoción a esta larga, aburrida y burda parejera entre el presidente Barack Obama y su contendiente republicano Mitt Romney.
Votar entre Obama y Romney me parece como escoger entre dos sabores de la misma medicina, solo que uno, el de Obama, es el viejo sabor ya conocido del desagradable remedio; y el otro, Romney, es su versión mentolada. En el fondo, es el mismo placebo.
Habrá quien subraye las evidentes diferencias ideológicas entre los dos candidatos. Pero en Washington no se gobierna desde la ideología, sino desde el pragmatismo, desde los hechos, desde las finanzas. En Washington se gobierna para que el 1 por ciento siga donde está, con sus privilegios y su influencia intactos. No se gobierna para cambiar, sino para acentuar determinados aspectos de específicas realidades económicas. Se gobierna, para mantener un estatus quo.
El sistema electoral estadounidense tampoco está hecho para tolerar sorpresas; es, curiosamente, una democracia sin alternativas. El mayor peligro al sistema bipartidista ha sido el Tea Party; el Partido Republicano ha tenido que hacer grandes esfuerzos para co-optarlo, aun a costa de ceder su centro. Pero por otro lado eso le ha servido para ir deshaciéndose de sus militantes más moderados.
En 1992 y en 2000, las candidaturas de Ross Perot y de Ralph Nader complicaron al sistema bipartidista. Perot logró los votos suficientes para terminar de hundir la candidatura de George Bush e impedirle la reelección. El gran beneficiario fue Bill Clinton. En el 2000, Nader le quitó los votos suficientes a Al Gore como para que éste perdiera ante George W. Bush. Sin Nader, Gore hubiese ganado la presidencia, aún con el fraude electoral operado por los republicanos en Florida.
En el 2012, ambos partidos han logrado controlar el ambiente político para impedir terceras candidaturas, centrando la contienda en la lucha entre Obama y Romney. Al votante se le vende la ilusión de una contienda real. Tras bambalinas le han cercenado las alternativas, aún si esa alternativa es el voto inútil por candidatos imposibles, simplemente como voto de castigo al sistema.
En ese orden de ideas, una de las cosas más interesantes que ha pasado ha sido el huracán Sandy, que asoló esta semana la costa Este de los Estados Unidos. La fuerza de la tormenta, su paso destructor, han forzado a los dos candidatos a interrumpir sus actos de campaña. El presidente, porque tiene que ejercer de presidente y supervisar las labores de emergencia nacional. Obama no es tonto, y no va a cometer el terrible error que cometió George W. Bush con el huracán Katrina, y que les robó a los republicanos toda posibilidad de ganarse el voto afroamericano. Y Romney ha tenido que suspender su campaña porque si la continuase, en un momento de crisis, se vería tonto e insensible.
Es imposible saber si Sandy tendrá un efecto final sobre los comicios del 6 de noviembre. Por lo pronto, la situación favorece a Obama porque, como presidente, aparece como la persona en control, la que toma decisiones, la que simpatiza con las víctimas. Pero esa ligera ventaja es algo que Obama tendrá que saber madurar porque la distancia entre él y su rival, al menos según las encuestas de intención de voto, es corta y cualquier error será capitalizado por Romney.
Cuatro años después del famoso “cambio y esperanza”, Obama intenta por todos los medios volver a seducir a un electorado que se cansó rápido del canto de sirena, entre una recesión que no amainaba y una parálisis política en Washington que el presidente no supo resolver; Romney intenta aprovechar ese desencanto, pero le afectan la distancia que existe entre él y sus postulados, y la realidad del americano promedio, y la obligación que le marca su partido de ajustarse a una agenda radical.
La invasión mediática (debates, cobertura noticiosa y propaganda) es la mejor alternativa que tienen ambos de presentarse ante un electorado desencantado y escéptico. Pero estos días es la tormenta lo que marca la agenda. Y a los votantes, nos llueve sobre mojado. Tal vez uno deba unirse al sentimiento de Abigail Evans, la niña de 4 años cuyo vídeo en YouTube, expresando su hartazgo de las campañas electorales, ha sido visto por más de 4 millones de personas. It will be over soon, Abby!
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