En un episodio de Seinfeld, Elaine deploraba que Jerry sólo conociese retazos de la llamada “cultura superior” a través de episodios de Bugs Bunny. El chiste en realidad es un agudo comentario social y cultural que el propio Jerry Seinfeld y Larry Charles (guionista del episodio) hacían sobre la cultura televisiva.
El comentario viene a cuento por la muerte, esta semana, del actor mexicano Jorge Arvizu a quien popularmente se le llamó “El Tata” por su personaje televisivo más conocido. No hablo aquí de ese personaje que nunca me gustó, por acartonado y absurdo.
Hablo de un Arvizu que fue un talento extraordinario en ese extraño nicho que ocupan los actores de doblaje. Hoy, muchas cintas animadas son dobladas por actores de primera línea, y en el caso de series televisivas se vive una creciente especialización del género.
Arvizu perteneció a un grupo selecto de actores que cubrían todo el terreno: actuaban en cine, teatro, televisión y radio, y para compensar sus ingresos doblaban al español, en México, series y caricaturas estadounidenses.
La voz de Arvizu tenía un rango amplísimo, aún dentro de su tonalidad nasal, y contrastaba con el bajo profundo y melódico de la voz de otro gran actor y doblador, Víctor Alcocer. Si Arvizu nos entregó a varias generaciones las voces de personajes de Don Gato como Cucho y Benito Bodoque, y las insensateces de Maxwell Smart, el Superagente 86, además de Pedro Picapiedra o el Tío Lucas de La Familia Addams, Alcocer convirtió la voz de Kojak en un recuerdo imborrable, algo que hasta el propio Telly Savalas reconocía. Hay que subrayar también la labor de Julio Lucena, cuyo rango de voz dio vida, en nuestra lengua, a personajes como Pablo Mármol, Pierre Nodoyuna y Don Gato (Don Gato, como serie, reunió a estos tres gigantes del doblaje, ya que Alcocer le dio voz al Oficial Matute).
El doblaje en cine y televisión es también un reproductor de cultura a nivel local. El público se identifica con voces que suenan al habla popular que conocen. Quien nació y creció en México, como yo, reconoce esos acentos como propios y se aterra ante el doblaje que se practica en España, donde viví varios años (aún no me recupero de haber oído a Humphrey Bogart hablando como si fuera de Chamberí); pero para los españoles el efecto es idéntico cuando escuchan el doblaje mexicano.
Hoy el doblaje es algo más neutro, víctima tal vez de esa presión por homologarlo todo. El español neutro no existe (no existe la neutralidad en ningún idioma), pero es un producto mediático. Pese a ello, por debajo de esos tonos irreales y absurdos que abundan hoy en series e infomerciales a veces se escapa, rebeldes, giros mexicanos, españoles, cubanos, argentinos, o peruanos que le dan un tono de realidad, de pies en la tierra, a las voces.
No puedo evitar volver con frecuencia a escenas de todas esas series. Hay una profunda huella que todas dejaron en mí y en mi generación, y que forman parte de una manera de entender el humor. Hoy entiendo, habiendo comparado episodios en el inglés original con sus versiones dobladas, que el actor de doblaje improvisaba muchas veces para traducir el humor americano al humor mexicano. Eso requiere de una mente ágil, de picardía en la punta de la lengua y en el tímpano. Si el chiste original no se hubiese “traducido” y sólo se hubiese doblado directamente, tal vez no nos hubiésemos reído. Es obvio que Cucho no era yucateco en la serie original de Don Gato. Arvizu supo darle una tonalidad propia (sin ser yucateco, ya que Arvizu nació en Celaya, Guanajuato) para reinventar al personaje y hacerlo parte del entorno del espectador. Arvizu, me entero apenas, era músico de jazz. Coincidencia no es.
Sólo me queda despedirlo con un muy sincero agradecimiento, porque su voz, y la de sus colegas Alcocer, Lucena y tantos otros, siguen bailando en mi cabeza y haciéndome sonreír.
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