Advertencia primero que nada. El blog de poesía se tomará a partir de hoy, un descanso veraniego. En buena parte, por el Mundial de fútbol. Hay quien no verá la relación entre una cosa y otra, pero yo veo poesía suficiente en el fútbol como para justificar la pausa. Mis comentarios sobre el Mundial aparecerán normalmente en Ciudad de los Vientos, pero los jueves en vez de los martes, y en los espacios habituales de redifusión del blog en Facebook y Twitter.
Dicho esto, y partiendo de que el Mundial 2014 es en Brasil, me pareció apropiado cerrar esta época del Martes de Poesía con un poco de Lêdo Ivo.
Lamento de Camoens
Fui amor, fui pasión y celebré
el mundo, el viento y las islas sin fin.
Pero hoy, en este cuarto centenario,
me asombra mi destino.
Lingüistas y filósofos hicieron
de mí una nota al pie.
La visita del leñador
Abres las puertas y entras.
Traes el frío del mundo
de las hojas caídas en el suelo
del barro y del estiércol unidos
en el fondo de la tarde oscurecida.
Traes el olor de las maderas
mojadas por las lluvias repetidas
y el silencio de las colmenas abandonadas
por las abejas migratorias.
Y el frío que traes calienta la cocina
como si fuese una hoguera.
Abolí lo imposible
Las grandes ciudades son monstruosas, pero yo os amo, deforma-
ciones del espíritu que invitan a los hombres a regresar a ese horizonte
nítido donde la soledad resplandece, y es una fiesta.
Todo lo que no se osa decir está ahí, en el corazón que late como
nunca ningún reloj. No hay palabras, no hay reino, no hay nada.
Edificios, jardines, vehículos –oh acueductos erguidos sobre los
hombres, en la inexistencia de un río impuesto por la exactitud del pa-
norama. El Absoluto es mi dominio: no me perturbaréis nunca, aun-
que mis pasos repitan el calor de las melodías habituales.
Hay un lugar donde sólo yo penetro, que sólo yo conozco. Es allí
que me comunico con todos los elementos, alargando o acordando el
tiempo, a mi placer.
Es allí que la vida se justifica, porque abolí lo imposible, y todos
los juegos están permitidos.
Las grandes ciudades no entienden el corazón humano.
Condición para aceptar
Que la muerte evoque
un mar transparente,
sólo así la acepto:
silencio final
dentro de mi pecho,
perfección de olas
blancas y calladas,
paisaje abolido
en raso horizonte
del mar sin palmeras,
vacío del mundo
tras de la palabra
que iba a decir todo
y no dijo nada.
Los caracoles
Sólo para Dios se abren los caracoles
que encontramos inmóviles sobre la hierba.
Nos postramos ante ellos y suplicamos:
¡Hablen! Confíennos ahora el gran misterio.
Explíquennos el secreto de esta jornada
y de este silencio que tanto nos perturba.
Sólo los caracoles conocen la causa primigenia
y saben el origen de todo, desde la gran explosión
que creó el universo y aún nos aturde.
Por más que preguntemos ellos nada nos dicen.
Pasan el día quietos en la hierba y ni siquiera nos contemplan.
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