Lo siento mucho, créanme. Siento no poder unirme al coro de voces. Siento no poder sacar a relucir mi sable de luz (no es albur). Siento no sentir que la fuerza está conmigo.
Lo intenté. Acudí al cine buscando al muchacho aquel que con 15 años se maravilló viendo la primera Star Wars; el muchacho terco que obligó a su madre a comprarle ahí mismo, en pleno cine, el sable de luz que en aquel entonces (creo que el cine era el Manacar, o tal vez el Toreo) no era más que una lámpara sorda con un filtro de celofán y un tubo de plástico; cuando la lámpara murió y el filtro se hizo pedazos, el tubo funcionó como bate de béisbol para mis partidos ficticios en el patio de la casa, cuando dejé de ser Darth Vader y me convertí en Reggie Jackson.
Sí, yo fui Darth Vader. Y no me estoy psicoanalizando de incógnito (Mafalda dixit).
En diciembre de 2015, ya con 53 años entre pecho y espalda, acudí al cine en busca del nuevo Darth Vader; acudí al cine para recuperar la magia que los años (y las tres desastrosas prequel) habían hurtado.
Sabía que me iba a encontrar a Han Solo, Chewbacca, Luke Skywalker, R2D2, C3PO y Lea, envejecidos como yo. Un poco más sabios, mucho más cínicos, secretamente esperanzados como uno está a la hora de llegar al quinto piso.
Sabía que la idea de esta nueva entrega de Star Wars era recuperar el espíritu de las tres primeras, simplificar las cosas.
No entiendo por qué entonces entregar la franquicia a Disney, cuyo único objetivo en esta vida es vender mucho, vender mediocre, suavizar las aristas.
Es verdad que Disney no engaña: ya sabes a qué atenerte cuando ves una de sus producciones.
Así, me entregaron un Star Wars plano, romo, sacarinado.
Me entregaron un Darth Vader emo, trompudo y pendejo. Una pálida sombra negra de la encarnación del mal.
Cierto: George Lucas sigue con sus daddy issues. Pero hasta los griegos, que los inventaron, saben que todo tiene un límite, que hay que renovar la trama, llevarla por otros vericuetos. Disney entendió un poco de eso y adoptó a una mujer como foco inesperado de la trama y promesa de nuevas entregas, pero es una mujer Disney: espartana, atlética, leona tipo A. Es una Hillary interestelar.
Decía mi mujer, Ana María, que no es precisamente fan del scifi pero que se apunta a un bombardeo, que lo que más le molestaba de The Force Awakens era que había perdido el sentido del humor, voluntario e involuntario, de la primera cinta, la de 1977.
Es verdad. Han Solo ya no es más un gamberrete sino, como muchos de nosotros, un padre preocupado por las veleidades de los hijos adolescentes y con daddy issues. Lea ya no es respondona y sensual. Han y Lea parecen necesitar de pastillitas azules, o rosas, o lo que sea, para reanudar la charla donde la dejaron décadas atrás.
Vamos, que a Chewbacca lo pones al lado de Donald Trump para algún debate presidencial republicano y ya no notas mucho la diferencia. Hasta el bar de la primera entrega, que era un hoyo funky de mala muerte y puñalada artera, ahora es un café gourmet para hípsters interestelares. Temía yo encontrarme a Jabba the Hutt esperando en la cola para recoger su triple caramel macchiato con leche de vaca orgánica y cruasán de harina somática.
Los malos siguen pareciendo nazis. En 1977 tenía sentido narrativo. ¿Ahora? Si simplemente les hubieran puesto uniformes de policía tal vez hubiera tenido mayor pegada.
Creo que lo peor que le puede pasar a una cinta de acción y ciencia ficción es mostrar su edad.
Que la Fuerza los acompañe; o hagan yoga, que también ayuda.
Concuerdo totalmente. Este episodio 7 más que llamarse El despertar de la fuerza debería llamarse El despertar del mal gusto, es una mediocridad de guión, trama y todo, no saben construir historias, creen que pueden comprar a los fans con efectos especiales y música.
Gracias y saludos.
Haha totalmente de acuerdo! Yo tengo 20 y me tocaron las precuelas en cine, pero la trilogía original me encanta y la llevo en lo alto…no esté intento mainstream de mercadotecnia…y que lamentablemente no será el último :p
Saludos!
Saludos y gracias!!
No la he visto pero la comente con mis hijos… abrazo
Igualmente!