Un martes por la noche, hace apenas unos días, todo cambió. Como en todos los cambios hay miedo, inquietud, duda, desazón; como en todos los cambios, hay descubrimientos, sorpresas.
Pensé mucho antes de escribir estas líneas. No quiero aburrir a nadie con un análisis de las elecciones presidenciales del 8 de noviembre en Estados Unidos. Realmente no quiero contribuir con lugares comunes. Hay un exceso de ellos.
Lo irremediable es que triunfó un discurso de odio y aislamiento, de exclusión y violencia que venía gestándose hace mucho, y que triunfó en un contexto – Brexit, Colombia – en el que impera la tripa y no la razón.
Y que vienen tiempos complejos, muy complejos.
Pensé por un momento poner fin a este blog. ¿Qué sentido tiene hablar de literatura en tiempos en que una masa a la que no le importa leer, aunque sepa hacerlo, vota desde la ira, desde la frustración, y hace triunfar la intolerancia?
He visto también otras emociones.
He visto a seres queridos llorar; he visto a muchos otros confundidos, preocupados, asustados, frustrados.
He pensado, como muchos otros, que es tiempo de irme.
Excepto que no me voy. No quiero.
Hace tiempo quemé mis naves, como Hernán Cortés, y no me queda otro camino que el que veo frente a mí.
Hace tiempo me hice ciudadano de Estados Unidos, y voté tan pronto pude. Y seguiré votando. La victoria del odio me alienta, más que nunca, a seguirlo haciendo. Soy ciudadano, pero nunca dejaré de ser inmigrante.
A pocos días de las elecciones, mi hija, que estudia Literatura en Saint Paul, Minnesota, me llamó y me dijo que en vez de sentirse triste, en vez de decaer, la situación le ha dado motivos, le ha dado razones, le ha dado impulsos.
Y se ha lanzado a la calle a organizar y participar en protestas y manifestaciones.
Y en las razones de su lucha, he encontrado las mía.
No voy a bajar los brazos. Voy a pelear, con todo lo que tengo. Y si lo que tengo es mi pluma, esa será mi arma.
Lucharé al lado de mi hija.
Lucharé por mi mujer, que ha llorado; por mis amigos, que han llorado; por los que no conozco pero sé que han llorado porque temen persecución, abuso, deportación, exclusión.
La pluma y mis amores han dado sentido a mi vida.
Tal vez me tropiece por el camino, tal vez me confunda y contradiga. Pero lucharé porque el amor, la luz, la palabra, triunfan sobre el odio, la oscuridad, y el silencio.
Porque no tenemos más que esta vida, y sin un fuego que nos anime y que pueda dar calor a otros, no tiene mucho sentido.
Nos seguiremos viendo, amigos, en las barricadas.
Gracias y vamos juntos en esta
Así es!!
Soy de las que no conoce pero que también he llorado.
Vaya si he llorado!
No hay un solo día en que el miedo no se me instale entre pecho y espalda.
Triunfó el odio, ese que nos vuelve huérfanos y vulnerables. Ese que deja a nuestra gente vagando por fronteras donde nadie les espera, donde nadie los conoce.
No sé bien como vivir, solo me abrazo a ese olor a sudor, a café y a fritanga, a esa rutina mecánica, a ese cansancio que nace los lunes y muere los domingos, a la incertidumbre de un futuro para los nuestros.
El odio se ensaña contra nosotros, los que fregamos los pisos, los que limpiamos mesas, los que barren escombros, los que sembramos los campos callados, harapientos y asustados.
Gracias por leer, Alejandra. Contra el odio, no nos queda más que luchar y amar. ¡Muchos saludos!
Gracias a usted, por hacernos sentir que no estamos solos.
Dios, la vida o quién tenga el poder, lo bendigan.
Gracias por tus palabras.