Es difícil escribir estos días. O, dicho de otra manera, es difícil escribir de lo mismo. O de la misma manera.
El otro día cerró sus puertas el circo más antiguo del mundo. Se acabaron sus payasos, sus enanos, sus elefantes, tigres y equilibristas. Nadie va ya al circo, tal vez porque un payaso sangriento se ha sentado en el trono.
Nunca fui de quienes temen a los payasos, pero me ponían nerviosos los equilibristas. Padezco una forma moderada pero irremediable de vértigo y sentía un vacío helado en el estómago cuando veía a hombres y mujeres volar sin red protectora de columpio en columpio, o caminar sobre un cable.
El circo se acaba porque todo cambia, y en noviembre nos cambió violentamente el curso de un sistema político claramente en decadencia aunque aún funcional. No sabemos qué pasará, que decisiones tomará el payaso sangriento, qué maromas, qué dramas se desarrollarán.
Ayer, millones de mujeres marcharon por las calles de muchas ciudades estadounidenses y de otros países. Eso me devuelve el optimismo.
Ayer, también, tuve otros motivos para sentirme optimista: en una noche brumosa, fuimos a cenar a casa de unos amigos. El suyo es un espacio sui géneris: un jardín enorme donde niños y perros juegan. Juegan los niños, en vez de estar clavados en las pantallas de sus teléfonos. Corren, y juegan, y brincan.
Los adultos se congregan en torno a un asador enorme, que Claudia y Rosalío hicieron con sus propias manos. Ladrillo y cemento; fuego de carbón para asar pollos y salchichas a la perfección, y de leña para calentar el cuerpo. Guitarras, congas, cantos, gente que iba y venía, vecinos americanos, mexicanos, colombianos, japoneses, coreanos. Un caos delicioso.
Entre las voces que cantaban la niebla se adueñaba de las calles, pero no era una neblina aterradora; se sentía como una capa protectora.
Me quedó claro que esos millones de mujeres marchando, esos espacios donde la locura es posible, eso es por lo que hay que luchar. Para que sigan siendo posibles, para que las marchas no se dispersen, no se agoten.
Entre la bruma, las voces siguieron cantando.
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