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Literatura

Presentacion de «A veces llovia en Chicago»

Amigos de Ciudad de los Vientos, comparto con ustedes las palabras que pronuncie en la presentacion de mi libro «A veces llovia en Chicago», el jueves 31 de marzo en el Instituto Cervantes de Chicago. Gracias a todos los que estuvieron presentes, y gracias a quienes aun estado ausentes, me enviaron tantos mensajes de apoyo y amistad.

Noche del 31 de marzo, en el Instituto Cervantes de Chicago

 

De los muchos regalos que me dieron mi madre y mi abuela – las dos mujeres que me criaron – debo destacar en particular tres. Quizás ellas mismas se sorprenderían de saber el lugar que esos regalos ocupan en mi memoria.

El primero fue enseñarme a escribir en máquina. Las más jóvenes generaciones ignoran que, en algún momento de la prehistoria, los seres humanos utilizábamos unos pesados artefactos que llamábamos máquinas de escribir. En mi caso, mi madre y mi abuela se responsabilizaron de que aprendiera el uso de una vieja, pero sólida y fiel máquina Hermés, suiza y eléctrica, que por años presidió sobre el viejo escritorio metálico que mi abuela usaba como oficina.

Aprender a usar el teclado de la Hermés no era cosa fácil. Hube de memorizar la disposición de las teclas con el teclado cubierto. Este aprendizaje no fue algo optativo que estas dos mujeres decidieron agregar a mi educación. Era materia obligatoria en la escuela, y en un principio fue una herramienta esencial para mis trabajos escolares.

El segundo regalo fue de hecho varios regalos – pero los junto en uno solo para propósitos de este relato. Se trata de una serie de libros, que en diversos años llegaron a mi poder, como regalos de cumpleaños, de Navidad, de Reyes, o de alguna otra ocasión. Destaco en particular un doble volumen de joyas literarias compendiadas, que no por estar condensadas eran menos interesantes. En mi mundo de niño tímido que poco se aventuraba a la calle, esos volúmenes donde pude leer por primera vez a Robert Luis Stevenson, Walter Scott, Henry Sienkiewicz, Ferenc Molnar, y otros, llenaron muchas horas de aburrimiento veraniego. Tal vez un par de años después de recibir esos volúmenes, me regalaron otro volumen, éste con las comedias completas de Shakespeare, un tomo que leí de cabo a rabo varias veces, deteniéndome con frecuencia en “Sueño de una noche de verano”. No podría dejar incompleta la serie de volúmenes sin mencionar la posterior aparición de las obras completas de Arthur Conan Doyle y, más adelante, las de Agatha Christie.

El tercer regalo es algo que considero como un rito iniciático: si para otros adolescentes esto consiste en el primer cigarrillo, la primera borrachera, o el primer beso, para mí lo constituyó una máquina de escribir Olivetti, portátil y naranja, cuyo propósito explícito era ayudarme a seguir entregando a tiempo tareas y trabajos escolares, y darle el relevo a la muy aporreada Hermés, que había cumplido un servicio ejemplar.

Mi madre y mi abuela sin saberlo, o tal vez sabiéndolo, me habían regalado un instrumento de libertad. En mis manos estaba ahora la capacidad de encerrarme en mi cuarto a escribir, o de llevarme la máquina a cualquier punto del planeta, y seguir escribiendo. Siempre y cuando hubiera papel a la mano, siempre y cuando hubiera una cinta fresca corriendo en el carrete, yo tenía la posibilidad de soñar, y de contar a otros lo que soñaba.

Esas máquinas de escribir y esos libros fueron cómplices iniciales de una aventura que hoy tiene manifestación concreta en el libro que estoy presentando, que estoy compartiendo con ustedes.

Cabe la pregunta, que no necesariamente me harán ustedes pero que yo no dejo de hacerme, de por qué dejé pasar tanto tiempo, entre los primeros y tímidos cuentos y ensayos que aporreé en esa Olivetti, y la publicación de este libro de relatos.

No tengo una respuesta fácil a la mano.

Acudo a dos posibles explicaciones – ninguna de las dos es mía.

Gabriel Bernal, quien no por coincidencia es el co-editor, a través de Magenta, de mi libro, escribió en su libro de reciente aparición “Una finestra che guarda tramontana”, un par de párrafos que no dejo de releer, y cito:

“Rilke terminó de escribir la última de las Elegías de Duino quince años después de haber empezado la primera. Otro poeta, Rimbaud, escribió sus libros entre los doce y los diecinueve años, y no volvió a escribir más. Emilio Adolfo Westphalen guardó silencio más de cuarenta años, entre la publicación de sus primeros dos libros de poemas y el tercero, antes de guardar silencio definitivo.

El oficio de escritor es uno de los más elusivos. No es definible en términos de espacio o tiempo, porque no existe ni un espacio ni un tiempo definidos para la escritura. Lo que existe en todo caso es una dicotomía que parece reverberar en el núcleo del fenómeno literario. Esta dicotomía se expresa en términos ya muy llevados y traídos, pero que encuentro difíciles de soslayar: vida y literatura”.

La segunda explicación me la dio, sin querer, Febronio Zatarain durante un reciente viaje a México para participar en la Feria del Libro del Palacio de Minería. Reflexionando sobre el fenómeno que constituye el movimiento literario en español en Chicago, y que ha quedado capturado en las páginas de contratiempo y Vocesueltas, Febronio indicaba que los escritores latinoamericanos que por accidente nos reunimos y encontramos en esta ciudad, casi sin excepción no habíamos publicado antes de nuestra migración, pero que quizás debido a ella, quizás debido a esos encuentros – fortuitos, si uno cree en el azar; yo no -, quizás debido a ese choque e intercambio de ideas y textos, habían comenzado a hacerlo, a publicar lo escrito, desde Chicago, con una energía y un énfasis que quizás nunca se hubiera dado, si se hubieran quedado en sus tierras de origen.

Entonces: vida y literatura, dice Gabriel; migración y encuentro, dice Febronio. Acepto ambas explicaciones, ya que ambas confluyen en el libro que hoy presento.

“A veces llovía en Chicago” recopila cuentos escritos entre 2002 y 2009 que en gran parte recogen, o tratan de recoger, la experiencia del migrante en Chicago. Esta experiencia no es sólo la del migrante recién llegado, sino también la de aquel migrante que lleva ya un largo tiempo en esta ciudad y en esta cultura, pero que trata aún de entender y adaptar su circunstancia.

Otros cuentos, sin embargo, tienen poco o nada que ver con la experiencia inmigrante, y más bien reflejan visiones personales sobre la historia de México, la crisis de violencia armada y política que vive el país, mis puntos de vista sobre la religión, el choque de razas y culturas de Chicago, o las autopsias de la ruptura de una pareja.

Migrantes o no, estos cuentos, este libro, es mi aportación personal a eso que llamamos el movimiento de literatura en español en Chicago, así como una apuesta conmigo mismo, y un compromiso de seguir escribiendo, quizás porque sólo aquí encontré mi voz, quizás porque estos son los tiempos que la vida me ha dado para escribir.

En la excelente película “Get Low” de Aaron Schneider (2009), el ermitaño Félix Bush decide organizar su propio funeral, y presidirlo en vida, porque le urge que le cuenten historias sobre sí mismo. En realidad, Félix Bush busca escuchar una historia que sólo él puede contar. Quizás la vida sea simplemente una historia que nos vamos contando unos a otros hasta que nos quedamos dormidos.

No me consta que todos los escritores tengan musas. Yo presumo de tres: mi esposa Ana María, mi hija Susana, y mi madre Sarah. A ellas, con todo el corazón, les dedico este libro.

Acerca de gerardo1313

Escritor, periodista, promotor cultural, estratega de comunicación y agente literario. Reside en México tras casi 30 años viviendo en Estados Unidos y Europa. Autor de siete títulos de poesía, cuento, teatro y traducción literaria. Co-fundador y co-director de la agencia literaria PaGe.

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